Bajó las cajas del armario y las abrió en mitad de la habitación. Era algo que le gustaba hacer de vez en cuando. Todas aquellas cajas contenían la memoria de su vida: libros, cartas, discos, fotografías y cientos de pequeñas cosas que, para él, eran de un valor sentimental incalculable.
Allí estaba aquel primer LP que compró con tanto esfuerzo: Learning To Crawl de The Pretenders. O la vieja edición de bolsillo de "El Viejo y el Mar" de Hemingway (¿vendría de aquellas hojas amarillentas su amor por el mar?). Dietarios llenos de adolescencia, de risas, de llantos, de esperanzas, de frustraciones...
De entre las páginas de uno de los dietarios, cayó una pequeña hoja de papel. Era una vieja servilleta de la desaparecida Cafetería Victoria, cuidadosamente doblada por la mitad. Cuando la abrió contempló la marca de carmín que unos labios habían dejado en ella. Debajo había una palabra escrita a bolígrafo con letra inequívocamente femenina: "SIEMPRE".
Sonrió. Recordó el sabor adolescente de aquellos labios, escuchó de nuevo el susurro de amor que quedó transcrito en aquella servilleta. Volvió a percibir el aroma de aquella muchacha: olía a fresas. Sintió aquellos besos suaves, infinitos, con los que ella recorría su cuello. Recordó el tacto suave de sus pechos, fetiches del deseo, erguidos de juventud y de placer. Pero... no recordó su nombre. Lo intentó una y otra vez pero, no fue capaz de recordar su nombre.
Pasaron algunos días. Las cajas continuaban en mitad de la habitación. Su contenido estaba ahora disperso y revuelto. Buscaba un indicio, una pista. Su mente se esforzaba inútilmente por ponerle nombre a la muchacha que olía a fresas. No consiguió nada, excepto obsesionarse durante todas las horas del día y de la noche, tratando de iluminar su mente. Buscando un "click" mágico que le hiciera recordar aquel nombre de mujer. Nada.
Una tarde, agotado por la angustia y la falta de sueño, fue al hipermercado. Compró unos vaqueros, media docena de camisetas, unas zapatillas de lona y una mochila. Al llegar a casa se duchó. Cuando acabó de secarse, se vistió con la ropa que había comprado. Quitó las etiquetas y dobló cuidadosamente el resto de las camisetas en la mochila.
En la habitación reinaba el caos: las caja vacías estaban a un lado, en el centro de la estancia se amontonaba todo su contenido. Aquellas cajas y su contenido habían sido, hasta hace pocos días, su tesoro más precioso. Ahora eran un lastre inútil que le asfixiaba y le obsesionaba.
Sacó un cigarrillo. Después de encender el pitillo no apagó el fósforo, lo usó para prender sus recuerdos. A los pocos minutos todo ardía y el humo comenzaba a hacer difícil el respirar.
Salió y subió al coche. Al mirar por el retrovisor: contempló como la casa ya aparecía completamente envuelta en llamas. Sabía que en el centro de aquellas llamas desaparecían esos recuerdos que se habían transformado en un insoportable lastre.
Giró la llave de contacto y arrancó. Introdujo un CD en el reproductor, comenzó a oírse "Search and Destroy", de Iggy Pop.
No había recorrido ni doscientos metros cuando percibió un seco "click" en el interior de su cabeza. Podría haber jurado que notó como la sangre comenzaba a moverse de modo más fluido y oxigenaba su cerebro. Se sentía libre.
Sonrió y, de modo casi imperceptible, murmuró algo... un nombre de mujer. Teresa.
Pero, ya no supo porqué se le había venido ese nombre de mujer a la cabeza. Tampoco le importó. Aunque le gustaba pronunciarlo en voz alta. Olía a fresas.
Allí estaba aquel primer LP que compró con tanto esfuerzo: Learning To Crawl de The Pretenders. O la vieja edición de bolsillo de "El Viejo y el Mar" de Hemingway (¿vendría de aquellas hojas amarillentas su amor por el mar?). Dietarios llenos de adolescencia, de risas, de llantos, de esperanzas, de frustraciones...
De entre las páginas de uno de los dietarios, cayó una pequeña hoja de papel. Era una vieja servilleta de la desaparecida Cafetería Victoria, cuidadosamente doblada por la mitad. Cuando la abrió contempló la marca de carmín que unos labios habían dejado en ella. Debajo había una palabra escrita a bolígrafo con letra inequívocamente femenina: "SIEMPRE".
Sonrió. Recordó el sabor adolescente de aquellos labios, escuchó de nuevo el susurro de amor que quedó transcrito en aquella servilleta. Volvió a percibir el aroma de aquella muchacha: olía a fresas. Sintió aquellos besos suaves, infinitos, con los que ella recorría su cuello. Recordó el tacto suave de sus pechos, fetiches del deseo, erguidos de juventud y de placer. Pero... no recordó su nombre. Lo intentó una y otra vez pero, no fue capaz de recordar su nombre.
Pasaron algunos días. Las cajas continuaban en mitad de la habitación. Su contenido estaba ahora disperso y revuelto. Buscaba un indicio, una pista. Su mente se esforzaba inútilmente por ponerle nombre a la muchacha que olía a fresas. No consiguió nada, excepto obsesionarse durante todas las horas del día y de la noche, tratando de iluminar su mente. Buscando un "click" mágico que le hiciera recordar aquel nombre de mujer. Nada.
Una tarde, agotado por la angustia y la falta de sueño, fue al hipermercado. Compró unos vaqueros, media docena de camisetas, unas zapatillas de lona y una mochila. Al llegar a casa se duchó. Cuando acabó de secarse, se vistió con la ropa que había comprado. Quitó las etiquetas y dobló cuidadosamente el resto de las camisetas en la mochila.
En la habitación reinaba el caos: las caja vacías estaban a un lado, en el centro de la estancia se amontonaba todo su contenido. Aquellas cajas y su contenido habían sido, hasta hace pocos días, su tesoro más precioso. Ahora eran un lastre inútil que le asfixiaba y le obsesionaba.
Sacó un cigarrillo. Después de encender el pitillo no apagó el fósforo, lo usó para prender sus recuerdos. A los pocos minutos todo ardía y el humo comenzaba a hacer difícil el respirar.
Salió y subió al coche. Al mirar por el retrovisor: contempló como la casa ya aparecía completamente envuelta en llamas. Sabía que en el centro de aquellas llamas desaparecían esos recuerdos que se habían transformado en un insoportable lastre.
Giró la llave de contacto y arrancó. Introdujo un CD en el reproductor, comenzó a oírse "Search and Destroy", de Iggy Pop.
No había recorrido ni doscientos metros cuando percibió un seco "click" en el interior de su cabeza. Podría haber jurado que notó como la sangre comenzaba a moverse de modo más fluido y oxigenaba su cerebro. Se sentía libre.
Sonrió y, de modo casi imperceptible, murmuró algo... un nombre de mujer. Teresa.
Pero, ya no supo porqué se le había venido ese nombre de mujer a la cabeza. Tampoco le importó. Aunque le gustaba pronunciarlo en voz alta. Olía a fresas.
Fotografía: Contraluz
Autor: Landahlauts
Preparar una mochila pequeña y salir andando puede resultar sanador.
ResponderEliminarEstamos de paso.
¿En qué se distingue la letra inequívocamente femenina?
:)
Un saludo,
Teresa