martes, 2 de febrero de 2010

la calle donde vivo

Aliatar

Me gusta mi calle. Viviendo aquí me siento feliz.

En mi calle puedo contemplar el lento transcurrir de los días, las salidas y las entradas de mis convecinos, el paso de la gente y sus prisas, puedo percibir sus olores, escuchar sus sonidos...

Esta es una calle céntrica, peatonal. En ella hay boutiques lujosas que venden las creaciones de conocidísimos modistos nacionales y extranjeros, con dependientas exuberantes que atienden con una medida indiferencia. También hay una enorme tienda de Zara que ocupa una manzana entera. Es una tienda concurridísima. En sus estanterías se acumula montones de trapitos que la gente desordena. Mientras, las vendedoras, con actitud indolente, tratan de doblarlos y organizarlos una y otra vez. En las cajas se forman colas interminables de jovencitas preadolescentes que esperan su turno para pagar camisas, tops o faldas de última moda y de dudoso gusto. Mientras aguardan, miran con un reojo maleducado la compra de chicas cercanas. Viéndolas siempre recuerdo esa mirada inquisitorial y descarada de la policía en las aduanas. Indiferentes, ellas esperan hasta que es su turno para pagar. Al salir, como una continuación del ritual, dirigirán sus pasos al cercano McDonalds donde comerán con desgana medio menú infantil con Coca-Cola Light, mientras charlotean alegremente con sus amigas.

Cuando las contemplo, todas iguales, todas vestidas con su moda uniformada pienso en una de esas paradojas que nos da la vida. Aquella uniformidad en el vestuario, tan deseada por los regímenes comunistas, la hemos conseguido aquí gracias a una multinacional en la Europa del siglo XXI. Y, además, con trapitos hechos por orientales en condiciones de semiesclavitud. Acojonante.

En las inmediaciones de mi calle también se encuentran delegaciones comerciales de grandes empresas, algunas de las sedes de consejerías y de ministerios, muchas oficinas bancarias y el Palacio de Justicia.

No hace mucho tiempo que vivo aquí, un par de años, todo lo más. Sin embargo, a veces tengo la sensación de que este ha sido mi hogar siempre, de hecho, no guardo demasiados recuerdos de mi anterior domicilio. Tampoco es que ello me preocupe demasiado. Sí recuerdo, por ejemplo, que no disfrutaba de un ventanal tan amplio como el que tengo aquí. Y, es que, no sé si os lo he dicho: el principal atractivo que tiene mi hogar es el ventanal, fue algo que me deslumbró al llegar. Es un enorme ventanal que, a modo de pantalla de televisión, me muestra el mundo en directo para mí. Gracias a él no me pierdo detalle alguno de la vida que transcurre en mi entorno, hurgo en las vidas de mis vecinos con total impunidad, desde la comodidad de casa.

La jornada en mi calle comienza pronto. Horas antes de amanecer mi calle es barrida y regada con empeño y dedicación. Los trabajadores del servicio de limpieza se afanan en que todo quede limpio como la patena. Mientras ellos trabajan, y precedidos de cantos y voces, puede aparecer algún que otro grupo de muchachos que vuelven de cerrar algún pub de moda con muchas copas de más. El resto de los sonidos del amanecer lo ponen los vencejos con su ruido estridente, y el tráfico. La avenida cercana comienza a esas horas a cubrirse de coches y autobuses, tantos, que resultará difícil volver a ver el asfalto hasta que no finalice el día. La calle huele a esas horas a limpio, a zotal y al aire fresco del amanecer.

Poco a poco, comienzan a verse las personas que acuden al trabajo. Se mezclan así los funcionarios, con los empleados de banca y con los ejecutivos. Todos llevan prisa, todos cruzan la calle y entran o salen del bar apresurados. Algunos de ellos, encogidos, tratan de cruzarse el cuello del traje sobre el pecho para evitar que el frío siga traspasando el lino de su elegante Hugo Boss de entretiempo. Ahora la mañana huele a colonia cara, a perfume francés, a mantequilla tibia y a café recién hecho de la Cafetería Gibalto. De vez en cuando, también se puede notar el olor de algún cigarrillo que alguien apura con avidez mientras tose de modo estridente. En su pensamiento estará la idea de que debería de dejar de fumar, un pensamiento animado por la tos, aunque carente de convencimiento.

Un poco más tarde, comienza a desfilar una segunda tanda de personas. Corresponde con las dependientas de las tiendas pequeñas y de Zara. Suelen ser chicas en su mayoría. Arregladas, risueñas, jóvenes y coquetas. Oliendo a esas detestables fragancias en las que predomina el olor a sandía.

Lentamente las tiendas van cobrando vida. Las persianas de los negocios suben mientras chirrían rítmicamente. Se encienden los televisores, comienza a sonar la música de las tiendas y las luces de los escaparates iluminan los restos de temporada.

Entonces, y sólo entonces comienzan a transitar el público, los que serán clientes de todos esos locales. Aquellos para los que aquel circo se monta y cobra vida cada mañana, inundan ahora la calle. A partir de ahora, los olores se mezclan y se confunden. A los ya existentes se incorporan algunos nuevos, como el olor a calamares fritos del Sótano H, el del escape de los autobuses de la avenida, el olor nauseabundo del McDonalds de Plaza Nueva. Otros olores son irreconocibles por mí, e indescriptibles.

Frente a mi hogar hay un bufete de abogados, en el segundo izquierda. En él trabajaba una chica, Vanessa, una pasante recién licenciada de la que yo estoy profundamente enamorado. Es una mujer de apariencia dulce y agradable, con unas gafas que enmarcan unos ojos preciosos, una mirada sincera y una sonrisa encantadora. No sé si conoce mis sentimientos por ella. En realidad, jamás hemos cruzado una palabra, todo lo más una mirada y siempre fruto del azar. No parece mujer de muchas palabras, yo diría que es algo tímida. Por la mañana siempre lleva prisa. Sube al amanecer al despacho y, al rato, baja con su maletín de piel de Ubrique y su toga cuidadosamente doblada sobre su antebrazo. Inunda la calle con su aroma embriagador e inconfundible, quizás un aroma demasiado denso y un tanto inapropiado para su edad. Es Opium, un antiguo perfume de YSL que nunca me había gustado hasta que lo olí en ella. Sus pasos se dirigirán ahora al Palacio de Justicia, que está a un par de manzanas de aquí. Luego, dependiendo del trabajo, volverá en par de horas o se irá a almorzar directamente a su casa, en este caso ya no la volveré a ver hasta las cinco. Me gustaría reunir el valor suficiente para abordarla y confesarle mis sentimientos, pero… no soy capaz. ¡¡Dios!! ¿por qué son a veces las cosas tan difíciles y complicadas?

Así comienza la mañana, cualquier mañana, en mi calle. Así transcurre su vida, y la mía con ella. Varían los detalles: los escaparates van cambiando de decoración, algunas caras que dejan de verse por las vacaciones, cambia la luz por el paso de las estaciones... Y yo soy espectador de todo. Nadie, ninguno de mis convecinos, es consciente de que conozco mucho de sus vidas y de sus costumbres. Podría anticipar la hora a la que D. Antonio Quesada, director de la Caja Rural, saldrá a tomarse el primer carajillo (luego vendrán más). O la hora a la que D. Luis Aliseda, uno de los abogados del despacho donde trabaja Vanessa, bajará a tomar su media de tomate y aceite de oliva con un café con leche (largo de café). Esa media que, la mayoría de los días, deja una huella indeleble en su fea corbata de seda.

Ellos son, sin saberlo, los actores de un teatro que todos los días tiene una función única, con un solo espectador en la sala. A veces, me gustaría tener algún tipo de contacto con ellos, aunque fuera algo meramente cortés. Disfrutaría conversando con los barrenderos, riéndome con las bromas de las dependientas de Zara (fuera de la tienda actúan más relajadas), tomándome un café con D. Luis o un carajillo con D. Antonio... pero, sobre todo, disfrutaría hablando con mi pasante, con Vanessa. Así le confesaría mis sentimientos hacia ella. Pero, no puedo. Hablar es un privilegio del que los maniquíes no disfrutamos.

Fotografía: Aliatar
Autor: Landahlauts

3 comentarios:

  1. Y yo que ya estaba marcando el numero de la policia... que miedo. Muy bueno.

    Video Relacionado: Peter Griffin Watch The Ring

    PD.: Si, estoy muy tonto ultimamente. Ya se me pasará lo de los vídeos...

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  2. Te gustó? ¿un final previsible?

    Me gustan tus videos relacionados. Ahora me he animado yo a poner alguno...

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  3. Ahora entiendo por qué decía Lukas que si nos habíamos puesto de acuerdo... Pues no, Lukas no del todo, si hubieras seguido las instrucciones verías que yo no hablaba de maniquíes jajaa.

    Es muy original Landah, realmente si muchos maniquíes pudieran hablar... Eso por no mencionar a las muñecas hinchables!

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