sábado, 26 de diciembre de 2009

el Cortijo de Gibalto

Sonnenuhr - Reloj de Sol (1730)


«No me gusta la Navidad. Bueno, en realidad, no es solo eso, lo cierto es que la odio profundamente. No creas que este sentimiento de rechazo está motivado por una animadversión a su contenido religioso, o porque odiar la Navidad queda muy cool o muy progre.


No. Yo la odio con motivos. Créeme.


Aunque, no siempre fue así. De pequeño me encantaba. Soñaba con que llegara el tiempo de colocar el árbol de Navidad, el nacimiento, las luces, de cantar villancicos, de esperar los regalos... Pero, la vida a veces te golpea sin piedad y te hace cambiar, volverte duro... y consigue que odies aquello que amas. Así pues, de unos años para acá la Navidad queda asociada para mi con un doloroso sentimiento de pérdida.


Todo empezó hace cinco o seis años. Mis abuelos, ellos fueron los primeros. Sí, lo sé... me diréis que es lo normal, que es ley de vida, que eran mayores. Pero, con la edad que yo tenía, resulta muy duro aceptar que tus abuelos no volverán, que los has perdido de sopetón, sin avisar. Y a los dos.


En contra de los que muchos creen, cuando se es tan joven asimilas con facilidad percances tan duros como la enfermedad o la muerte. Yo, poco a poco, lo acepté, y me sobrepuse a ello. Pero, al año siguiente, pocos días antes de la Nochebuena, volvió la desgracia sobre nuestra familia: mi padre salió una mañana a pasear y no regresó. Fue un mazazo terrible, y no sólo para mi: mis hermanos mayores (los mellizos) quedaron abatidos y, mi madre nunca volvió a ser la misma. Ella fue la más afectada. A partir de aquel día, siempre se la veía ausente, con la mirada perdida y los ojos llenos de lágrimas.


El día que hizo un año de la desaparición de mi padre, mi madre salió de casa. No teníamos un lugar donde descansaran los restos de mi padre, entre otras cosas, porque sus restos nunca aparecieron. Así que ella, queriendo mantener viva su memoria, madrugó para recorrer el mismo camino que hizo él aquel fatídico día, a la misma hora... y un año después. Ella tampoco volvió. Mi madre desapareció en el mismo lugar y a la misma hora que lo había hecho mi padre, con una diferencia justa de un año.


Comprenderéis que, así, no sólo no te disgusta la Navidad. Además... la odias, la detestas y la relacionas con el dolor y con un desgarrador sentimiento de pérdida de los seres más queridos.


Los mellizos, ellos fueron los siguientes. Esta vez ocurrió en nuestra propia casa. Una fría mañana de diciembre, instantes antes de amanecer, un brusco portazo nos despertó sobresaltados. Alguien había cerrado la puerta al salir apresuradamente. Allí donde debían de estar mis hermanos, no había nada. Nada. Las mantas tibias delataban que su ausencia era reciente. Nada más supe desde entonces de ellos.


Ha pasado un año. Durante todo este tiempo apenas he comido, me ha resultado difícil conciliar el sueño y apenas he pisado la calle. Sólo el dolor y la desesperación habitan en mi. La Navidad se aproxima, lenta e inexorablemente.


Sé que a muchos estas fiestas os llenan de sentimientos de felicidad, de generosidad, de amor. A mi sólo me inunda de dolor y de angustia. Y más este años, sabiendo que soy el último pavo adulto que queda aquí, en mi casa, en el corral del Cortijo de Gibalto.


Disculpadme pues, si no os deseo feliz Navidad.»

Anotación de Landahlauts, unos días después: Temía que se cumplieran los peores presagios de mi amigo. Por eso, el día 25 de Diciembre, día de Navidad, fuí al Cortijo de Gibalto. Cuando entré en el corral no encontré a nadie, además, reinaba un silencio extraño.
Cabizbajo y triste, estuve todo el día tratando de averiguar cual sería el motivo de la extraña desaparición de una familia completa. Sólo mejoró mi ánimo al llegar la hora de la comida. Sobre la mesa: un humeante pedazo de pechuga del pavo de Nochebuena, con una salsa exquisita y un buen tinto.

Desde aquel momento, mi tristeza desapareció, me encuentro más animado. Y estoy seguro de que el protagonista de esta historia siempre vivirá en mi. O, al menos, su recuerdo.

¡¡Besos y abrazos para todas/os y Feliz Navidad!!



Fotografía: Sonnenuhr - Reloj de Sol (1730) Autor: Landahlauts

domingo, 20 de diciembre de 2009

propósitos para el Año Nuevo

Palmeras de luz


Hacía unos instantes que las campanadas habían marcado el paso de un año a otro. Le dolía la cabeza. Y no, no era resaca, a pesar de que beber era lo que más había hecho durante toda la Navidad. Eran las fiestas en si mismas las que le causaban estas jaquecas. Era la angustia y estrés, este hartazgo infinito, que le provocaba tanta falsedad.

Estaba harto de la acostumbrada Comida de Navidad con sus compañeros de trabajo. En ella, el único aliciente estaba al final. Entonces, y sólo entonces, se podía ver al gilipollas de su jefe y a alguno de sus acólitos, empapados en Rioja y whisky, haciendo el imbécil más que de costumbre. Este año la diversión había sido doble: además de las payasadas habituales y, como fin de fiestas, su jefe se comenzó a ponerse cariñoso con Inés a la vista de todos. Inés era la jefa de compras. Todos sabían que su trabajo en la empresa no acababa al final del día, que siempre echaba algunas “horas extras” en el despacho del jefe. Claro que eso eran meras sospechas, por lo menos... lo habían sido hasta ahora. Esos besos etílicos y esos magreos torpes confirmaron, penosamente, que aquello era algo más que una suposición malintencionada.

Estaba harto de las cenas familiares... en las que tenía que aguantar a unos sobrinos malcriados y a una cuñada de la que, sin saber muy bien porqué, él y su mujer eran el blanco de sus continuos “tiritos” verbales.

Estaba harto de tener que llevar la cuenta de donde tocaba o no tocaba este año la cena de Nochebuena, la comida de Navidad y la cena de Nochevieja. Claro que, para eso, estaba la “jefa de protocolo” que controlaba esas memeces.

Estaba harto de recorrer tiendas y grandes almacenes, en una especie de gincana, rodeado de bandadas de idiotas que, como él, buscaban unos regalos que sirviera para cumplir con los compromisos de estos días. Regalos estúpidos y carísimos, comprados a desgana y que, en la mayoría de los casos, serían recibidos con el mismo desinterés que se entregaban. Regalos que serían agradecidos de modo hipócrita y arrojados al fondo de un armario para ser olvidados.

Estaba harto, completamente harto, de llenarse de buenos propósitos para el nuevo año y no llevar a cabo ninguno. Le causaba estrés y frustración. Una sensación de fracaso que unidos al resto de los pequeños fracasos que arrastraba del resto del año, sólo servían para atormentarlo aún más.

Por eso, este año se había propuesto que sólo se establecería un propósito. Sólo uno. Nada de dejar de fumar, ni adelgazar ni todas esas paparruchas que otros años se había propuesto. No. Pretendía demostrarse a sí mismo y a los demás que era capaz de llevar sus intenciones a cabo. Demostrar que era un tipo con coraje, un tipo con arrestos, un triunfador. No tendría que aguantar más las miradas de desprecio de su mujer, ni las miradas de compasión de su madre, ni las miradas venenosas de su cuñada, ni las miradas prepotentes de su jefe… nada. A partir de esta noche, de la primera noche del año nuevo, todos los respetarían y lo admirarían.

Mientras estos pensamientos se amontonaban en su cabeza, su mano se deslizó al cajón del escritorio. Abrió su regalo. Le gustaba comprarse algún capricho para él. En sus regalos acertaba siempre… eran los únicos que compraban con interés…

Lentamente, pero con determinación, lo contempló. Seguidamente lo introdujo en su boca. Un ruido fuerte y seco atronó toda la habitación. Una bala atravesó su paladar y acabó estampada en el techo de la habitación, no sin antes haber destrozado su cerebro y reventado su cráneo.

Su cuerpo, inerte, cayó pesadamente al suelo.

Esta vez sí, había cumplido sus propósitos para el Año Nuevo. Ya nadie le echaría en cara que era un fracasado. Se había convertido en un ganador.
Landahlauts 2007

miércoles, 25 de noviembre de 2009

la magia de su voz


Se sentía excitado ante su sola proximidad. Conocía su olor, su tacto, cada rincón de su cuerpo. Allí, entrelazado por sus piernas, ambos alcanzaban el climax y el mundo se estremecía con su unión. Él acariciaba su cintura con una mano, mientras que recorría su cuello con la otra. Siempre que lo hacía, surgía la magia. Una magia que hacia que de su interior brotara la más bella de las voces. Una voz que estremecía los corazones. Una voz... como esta.

Fotografía: Cello Inlay
Autor: Asluthier

martes, 29 de septiembre de 2009

un día normal


Le gustaba, cuando estaba recién acostado, recapitular sobre todo lo que le había deparado el día. Pensaba que así recordaría mejor lo vivido. Era como visionar la cinta de video del día, descartando lo intrascendental y fijando lo relevante. Además, así el sueño venía pronto. Hoy estaba tardando en entrar en calor, la cama estaba más fría que otros días. El invierno estaba siendo largo, gris y tedioso. Pronto llegaría la primavera y, tras ella, el verano, el sol, las vacaciones junto al mar...
Había sido un día normal. Se había levantado al amanecer, como siempre, para preparar los desayunos. Mientras Elena luchaba con los niños, él acababa de vestirse a toda prisa. Haberse mudado a esta casa tenía alguna molesta servidumbre: había que madrugar un poco más para bajar a los niños al cole e ir al trabajo. Alfacar no quedaba muy lejos de Granada, pero la carretera era una pequeña comarcal empinada y con muchas curvas. Elena siempre decía que eran demasiadas curvas. ¡Qué sabría ella..., ni siquiera tenía permiso de conducir¡. Llevaba años pensando en sacarselo, pero el miedo y la falta de tiempo se lo impedían. Sin embargo, Luis sabía que al final lo tendría, Elena era una persona muy constante y tenaz, era otra de las cosas que admiraba de ella.
No entraba en calor. Pensó que mañana por la mañana, lo primero que haría sería subir el termostato de la calefacción. "Ahora no. Por no levantarme y bajar al sótano... prefiero aguantar", murmuró.

Se escuchaba un ruido. Era un zumbido monótono y casi imperceptible, de esos que produce un aparato eléctrico. "Alguno de las panificadoras del pueblo", pensó. Los ruidos del pueblo llegaban algunas veces  hasta aquí arriba, dependiendo de como soplara el viento. Por lo demás, raramente se escuchaba algo. Vivían, prácticamente, en la Sierra de Huétor. Era difícil oir nada y menos aún de madrugada. De día, esporádicamente, la chiquillería de la urbanización aturdía con sus voces y sus carreras.
Frío, decididamente tenía frío. Notó una humedad fría resbalando por el lóbulo de su oreja.
La mañana había sido como todas: esa bendita monotonía, que odias cuando tienes y añoras cuando pierdes. Así debía de ser.

Él era feliz, veía pasar el tiempo, pero sus sueños se iban cumpliendo: Elena, los niños, un trabajo que no era ni bueno ni bien pagado, pero le permitía tener tiempo para disfrutar de su escaso sueldo en compañía de los suyos.

La juventud se había marchado. Lo confirmó el día que la chica del supermercado le hablo de usted. La añoraba, pero todo no se podía tener. Le animaba el que se sentía aún muy joven y muy vivo. Quizás por eso compró aquel coche, con muchos caballos y muchas siglas que ni él mismo sabía qué significaban, pero que tenía el nervio de un potrillo salvaje. Elena siempre decía que no era coche adecuado para una familia, que deberían de haber comprado un monovolumen. Que era un coche demasiado potente. Que siempre iba a demasiada velocidad, en especial por la carretera de Alfacar. ¡Qué sabría ella¡. Conocía esa carretera como la palma de su mano, cada curva, cada bache... podría haber subido con los ojos cerrados. Luis no era como esos domingueros estúpidos que iban los domingos a los merenderos: siempre suben con exasperante prudencia y luego, a media tarde, se dejan caer de modo temerario, animados por los efectos del mosto de Huétor. Luis controlaba. Sí, la verdad es que siempre bajaba y subía muy rápido, pero conocía esa carretera y un poco de riesgo nunca viene mal, le hacía sentir vivo y le descargaba de adrenalina.
"Continúo con frío, y ese zumbido no cesa. Debería de levantarme y echar otra manta".
De pronto, pensó en algo. Recordaba lo transcurrido durante el día perfectamente. Sin embargo, no recordaba la llegada a casa, a media tarde. A decir verdad... sus recuerdos se difuminaban en el camino de vuelta a casa. Quizás fuera por el sueño, que comenzaba a aparecer, como siempre. Se preguntó si no amanecería resfriado. El día había sido frío, pero la casa era cómoda y confortable. “Mañana amanecerá todo escarchado. Ahí fuera, en la Sierra, sí que hace frío”. El sueño lo vencía lentamente.

Luis ignoraba algo. Fuera no estaba la Sierra y él no estaba en su dormitorio, ni reposaba en su confortable cama cubierto por el mullido edredón de plumas de oca. Se encontraba en un estrecho cubil de brillante acero inoxidable, cubierto por una gastada sábana, un pequeño ventilador introducía aire a una temperatura constante de 4 º C. Fuera de allí, una veintena de habitáculos como el suyo eran la decoración de toda una pared de aquel sótano. Un zumbido contínuo, más intenso que el que llegaba hasta Luis, lo invadía todo. En la pequeña puerta de cada habitáculo, una etiqueta identificativa del contenido. La etiqueta de Luis rezaba así:

INSTITUTO ANATÓMICO-FORENSE
NOMBRE: LUIS ALISEDA DE SOTO
Atestado de Tráfico 2326-19/2006
Hora Programada de Autopsia: 10:30 hrs. A.M.

lunes, 7 de septiembre de 2009

filetes de oferta

Aquel domingo, me disponía a prepara el almuerzo. Saqué una bandeja de filetes de ternera del frigorífico y, al ponerla sobre la encimera, vi algo extraño. Cuando miré con atención, un escalofrío recorrió mi espalda. No podía creer lo que tenía delante de mis ojos. Cuando me sobrepuse, transcurridos un par de minutos, el escalofrío se tornó en indignación. Pensé en formular una reclamación en la Oficina del Consumidor, en denunciarlo a los medios de comunicación... Por eso saqué esta fotografía:


Una oferta muy especial

Después recordé que era domingo: no había tiendas abiertas y mi nevera estaba vacía.

Así que preparé una salsa de reducción al vino tinto (con una zanahoria y un par de cebollas); algo ideal para la carne. En la mesa lo acompañé con un Château Clerc-Milon del 2004. El resultado fue inmejorable. Una delicia para los sentidos.

Al día siguiente, impaciente, acudí a primera hora al hipermercado para reponer mi nevera. En realidad todo mi interés estaba en buscar más de mi particular delicatessen. Pregunté al carnicero por la vitrina de la ternera fileteada. Cuando la señaló, contemplé su mano vendada. En aquel momento tuve la certeza de que esta vez, en las bandejas de ternera, sólo habría ternera.


Fotografía: Una oferta muy especial
Autor: Landahlauts

domingo, 6 de septiembre de 2009

aquel señor mayor...

Nigüeleños

Visitamos su pueblo, Nigüelas: uno de esos bellos lugares de la Comarca del Valle de Lecrín, en Andalucía, de poco más de mil habitantes.

Era un señor mayor, tomaba el escaso sol de aquel día de primavera, junto a un amigo. Tenía esos ojos profundos que tienen aquellos que han vivido, y esas manos pulcras y curtidas que son la mejor medalla que puede lucir un hombre al final de su vida.

Empezó a hablarnos de su pueblo: de como es, de como era. De la pobreza de la posguerra y de la abundancia de hoy. De lo duro que fue marchar en los años sesenta, dejando una familia atrás, para partirse la espalda trabajando en Alemania. Nos habló de miseria, de esperanza, de trabajo, de lucha, de amor... y de triunfo. Del triunfo del tesón ante la adversidad.

A pesar de todas los preciosos rincones que habíamos visto en aquel pueblo... las palabras de aquel señor mayor fueron lo más bello e interesante que nos pudo ocurrir aquel día.

Deberíamos sentarnos y escuchar a los viejos: tiene mucho que contar.


Fotografía: Nigüeleños
Autor: Landahlauts